domingo, 18 de julio de 2010
martes, 5 de enero de 2010
El futuro del mundo pasa por los trenes
Interesante columna de Paul Kennedy (historiador) publicada en Clarín.
El artículo no constituía una lectura agradable, sobre todo para quienes, como yo, piensan que los servicios de trenes eficientes son una medida sutil pero contundente del nivel de civilización de un país y, en la mayor parte de los casos, de su entramado social y económico. Se trataba de una nota del Financial Times del 27 de diciembre sobre el exitoso inicio en China de un servicio de un tren de alta velocidad que proporciona una asombrosa comunicación en tres horas entre los 1.100 kilómetros que separan las ciudades de Guangzhou y Wuhan.
¿Me irritó que los chinos, que planean construir una red ferroviaria de 1.800 kms. para 2012, puedan afirmar de manera legítima que se pusieron a la cabeza del desarrollo ferroviario de la humanidad? Claro que no. Después de todo, China parece tan impresionante y firme en lo relativo a su proyecto de desarrollo de vías férreas, puertos, superautopistas, nuevas ciudades y plantas de energía nuclear como lo es en su control de la desobediencia civil y en la obstrucción de la libertad de expresión.
Lo que me resultó deprimente fue el lacónico comentario del autor del artículo, que asistió a la sorprendente demostración de China de su tren de alta velocidad. Luego de destacar que el "Tren de la Armonía" desarrolló un promedio de velocidad de 350 km por hora, en comparación con la velocidad máxima de 300 kms. por hora de los trenes de alta velocidad japoneses y franceses, agregó: "En Estados Unidos, el servicio Acela 'Express" de Amtrak tarda tres horas y media en recorrer el tramo de Boston a Nueva York, una distancia de apenas 300 kilómetros." Ay.
El Acela es el tren "expreso" de los Estados Unidos y sólo existe en sectores de la Costa Este. La mayor parte de los trenes de pasajeros de esta región tiene que tomar conexiones de Amtrak menos veloces. Pero nosotros tenemos suerte, ya que gran cantidad de estadounidenses no tiene acceso a ningún sistema ferroviario.
La comparación con Japón y Europa es apabullante. Cuando voy a Cambridge (Gran Bretaña) puedo tomar un tren directo a Londres dos veces por hora, y el viaje tarda menos de 45 minutos. Ahora China se suma al club. Cabe pensar que los países del Golfo serán los siguientes.
Este artículo de ninguna manera alienta el fin del transporte aéreo y vial, lo cual es imposible. Sin embargo, sostiene que los estadounidenses deben repensar su "abandono" del siglo XX del tren, que, irónicamente, había unido el país en el siglo anterior. La intención de esta columna no es sólo hacer pensar a los estadounidenses. De hecho, es probable que resulte más digna de consideración en países que se modernizan a toda máquina, como Brasil, India, Sudáfrica, México, Egipto y otros. En todas esas sociedades, la presión para la propiedad individual de un auto y el viaje aéreo masivo se está haciendo tan intensa como lo es en EE.UU. y a los gobiernos les va a resultar difícil resistirla. Pero no se pierde nada con intentarlo y es posible que la mejor forma de hacerlo sea invertir y reinvertir constantemente en un transporte público atractivo, sobre todo en el ferroviario.
De hacerlo, esos países no pondrán la vista en tecnologías de EE.UU. ni en el know-how administrativo para desarrollar esas redes públicas, sino que recurrirán a compañías de Europa, Canadá, Japón, Corea del Sur y, pronto, tal vez también a China. Tal vez el actual gobierno de Barack Obama, que parece tener cierto sentido de esos temas, trate de lograr que su país sea más competitivo en ese terreno, como lo fue alguna vez. No se puede evitar pensar, sin embargo, que la preferencia estadounidense por autopistas y aeropuertos cargados en detrimento de un transporte ferroviario ultramoderno hará que el país parezca cada vez más viejo, muy del estilo del siglo XX, muy desactualizado.
El artículo no constituía una lectura agradable, sobre todo para quienes, como yo, piensan que los servicios de trenes eficientes son una medida sutil pero contundente del nivel de civilización de un país y, en la mayor parte de los casos, de su entramado social y económico. Se trataba de una nota del Financial Times del 27 de diciembre sobre el exitoso inicio en China de un servicio de un tren de alta velocidad que proporciona una asombrosa comunicación en tres horas entre los 1.100 kilómetros que separan las ciudades de Guangzhou y Wuhan.
¿Me irritó que los chinos, que planean construir una red ferroviaria de 1.800 kms. para 2012, puedan afirmar de manera legítima que se pusieron a la cabeza del desarrollo ferroviario de la humanidad? Claro que no. Después de todo, China parece tan impresionante y firme en lo relativo a su proyecto de desarrollo de vías férreas, puertos, superautopistas, nuevas ciudades y plantas de energía nuclear como lo es en su control de la desobediencia civil y en la obstrucción de la libertad de expresión.
Lo que me resultó deprimente fue el lacónico comentario del autor del artículo, que asistió a la sorprendente demostración de China de su tren de alta velocidad. Luego de destacar que el "Tren de la Armonía" desarrolló un promedio de velocidad de 350 km por hora, en comparación con la velocidad máxima de 300 kms. por hora de los trenes de alta velocidad japoneses y franceses, agregó: "En Estados Unidos, el servicio Acela 'Express" de Amtrak tarda tres horas y media en recorrer el tramo de Boston a Nueva York, una distancia de apenas 300 kilómetros." Ay.
El Acela es el tren "expreso" de los Estados Unidos y sólo existe en sectores de la Costa Este. La mayor parte de los trenes de pasajeros de esta región tiene que tomar conexiones de Amtrak menos veloces. Pero nosotros tenemos suerte, ya que gran cantidad de estadounidenses no tiene acceso a ningún sistema ferroviario.
La comparación con Japón y Europa es apabullante. Cuando voy a Cambridge (Gran Bretaña) puedo tomar un tren directo a Londres dos veces por hora, y el viaje tarda menos de 45 minutos. Ahora China se suma al club. Cabe pensar que los países del Golfo serán los siguientes.
Este artículo de ninguna manera alienta el fin del transporte aéreo y vial, lo cual es imposible. Sin embargo, sostiene que los estadounidenses deben repensar su "abandono" del siglo XX del tren, que, irónicamente, había unido el país en el siglo anterior. La intención de esta columna no es sólo hacer pensar a los estadounidenses. De hecho, es probable que resulte más digna de consideración en países que se modernizan a toda máquina, como Brasil, India, Sudáfrica, México, Egipto y otros. En todas esas sociedades, la presión para la propiedad individual de un auto y el viaje aéreo masivo se está haciendo tan intensa como lo es en EE.UU. y a los gobiernos les va a resultar difícil resistirla. Pero no se pierde nada con intentarlo y es posible que la mejor forma de hacerlo sea invertir y reinvertir constantemente en un transporte público atractivo, sobre todo en el ferroviario.
De hacerlo, esos países no pondrán la vista en tecnologías de EE.UU. ni en el know-how administrativo para desarrollar esas redes públicas, sino que recurrirán a compañías de Europa, Canadá, Japón, Corea del Sur y, pronto, tal vez también a China. Tal vez el actual gobierno de Barack Obama, que parece tener cierto sentido de esos temas, trate de lograr que su país sea más competitivo en ese terreno, como lo fue alguna vez. No se puede evitar pensar, sin embargo, que la preferencia estadounidense por autopistas y aeropuertos cargados en detrimento de un transporte ferroviario ultramoderno hará que el país parezca cada vez más viejo, muy del estilo del siglo XX, muy desactualizado.
lunes, 19 de octubre de 2009
Lo que faltaba
El último click del día lo hice en el blog de Roberto Guareschi. Fijate lo que escribe.
El poder de Twitter
Esto le impone un diario famoso a sus periodistas.
· Cuando un periodista usa redes sociales (Twitter, Facebook, etc) en su trabajo o en su vida personal debe tener siempre presente que es un periodista de nuestro diario.
· Nada debe poner en tela de juicio nuestra imparcialidad. Jamás debemos abandonar las reglas que separan la noticia de la opinión, (ni olvidar) la importancia de los hechos y la objetividad.
· Todos nuestros periodistas renuncian a algunos de los privilegios de los ciudadanos particulares. Cualquier contenido asociado a ellos en una red social online es, a los fines prácticos, el equivalente de lo que aparece firmado por ellos en nuestro diario o sitio web.
Y esto:
· Las páginas personales online no son el lugar apropiado para discutir temas internos de la redacción tales como fuentes, investigaciones, decisiones sobre publicar o no (…)
Estas son, glosadas, algunas de las normas que el Washington Post (WP) estableció para el uso de redes sociales: muestran hasta qué punto las redes sociales y el periodismo en Internet están poniendo en crisis al periodismo tradicional.
Se trata del diario que expuso el Watergate una página imborrable en la historia del periodismo. Pero no ha soportado la prueba del tiempo:
· se siente con derecho a opinar sobre la vida personal de sus periodistas en Internet y les da por por renunciado el derecho (privilegio, dice) de sostener en Internet opiniones distintas u opuestas a las que sostienen en el diario, derecho que, reconoce, tienen todos los ciudadanos “particulares“;
· opina que existe la objetividad, que hay noticias sin opinión.
· entiende que cualquier exposición de los procesos periodísticos internos es nociva para el diario.
Las normas del WP son un intento de enfrentar las nuevas realidades con las ideas del pasado. Hasta hace poco los diarios tenían el “monopolio“ de la mediación periodística. La mayoría de los periodistas tenían un solo lugar para dar a conocer su producción: el medio en que trabajaban. Y su voz era la voz “oficial“ de ese diario. Si trabajaban en otro diario, eso no cambiaba las reglas.
Internet les arranca a los grandes diarios como el Washington Post (y cualquiera de los locales) esa facultad. Hoy cualquiera puede mediarse: en su blog, en foros y también, justamente, en las redes sociales. O sea, un periodista como cualquier otro humano, puede contar anécdotas personales o ajenas, hacer chistes, enojarse, dar opiniones… y publicarlas. Por primera vez en la historia esto se hace a escala global, es fácil, baratísimo y rápido.
Se ha operado un cambio radical de lo privado y lo público. Desde luego que los periodistas siempre tuvimos una vida externa a nuestros trabajos: opinábamos en mesas de café entre amigos. Hoy esa vida “extraoficial“ cuenta –gracias a las redes sociales, los blogs, etc - con las mismas posibilidades de publicación que nuestro trabajo “oficial“. Eso cambia la naturaleza de nuestra relación con los medios masivos tradicionales donde siempre ha prevalecido la voz de la institución.
Lo novedoso es que la producción de un periodista fuera de su diario puede poner en duda la coherencia o la “imparcialidad“ del discurso editorial de la empresa. Las normas del WP salieron luego de que un editor importante hiciera un chiste en Twitter sobre las dificultades de Obama para reformar el sistema de salud.
He consultado a Perfil, Clarín y La Nación. Ninguno de ellos tiene normas de esta naturaleza.
Las normas del WP contienen puntos razonables pero no tengo espacio acá para desarrollarlas. Prefiero concentrarme en otros agujeros negros del WP. Uno: la idea de que existe la objetividad y que esa objetividad le pertenece periodismo. Dos: la idea de que revelar los procesos internos periodísticos es malo para el diario.
Para mí, la primera es una ilusión; Eliseo Verón nos abrió los ojos en los ’80. La segunda es pura ignorancia y miedo miope a perder el control. Si no podemos ser objetivos seamos transparentes. Hoy pocos creen en la objetividad y menos aún en la objetividad del periodismo (quizás ese fue el único mérito de la guerra por la Ley de Medios). Los periodistas podemos construir credibilidad mostrando las fuentes que usamos, cómo constatamos su veracidad, en qué se benefician nuestras fuentes anónimas con sus confidencias; revelemos, sobre todo, nuestros intereses. Mostremos el proceso de nuestra toma de decisiones. Seamos transparentes para que se pueda evaluar nuestro esfuerzo por ser justos y ecuánimes, nuestra coherencia y nuestra integridad.
Esto debería una política de las instituciones. Las que se resistan a hacerlo van a quedar atrás y agonizando. ¿Recuerdan que las filtraciones en Internet de algunos periodistas del New York Times expusieron hace pocos años las fabricaciones de un periodista estrella y forzaron finalmente la renuncia de un jefe de redacción que lo protegía? Los reglamentos del WP no van a impedir algo así. Sencillamente porque hoy eso es posible.
Es difícil la transparencia; significa ceder poder. ¿Es ingenuo? Va ser imprescindible.
El poder de Twitter
Esto le impone un diario famoso a sus periodistas.
· Cuando un periodista usa redes sociales (Twitter, Facebook, etc) en su trabajo o en su vida personal debe tener siempre presente que es un periodista de nuestro diario.
· Nada debe poner en tela de juicio nuestra imparcialidad. Jamás debemos abandonar las reglas que separan la noticia de la opinión, (ni olvidar) la importancia de los hechos y la objetividad.
· Todos nuestros periodistas renuncian a algunos de los privilegios de los ciudadanos particulares. Cualquier contenido asociado a ellos en una red social online es, a los fines prácticos, el equivalente de lo que aparece firmado por ellos en nuestro diario o sitio web.
Y esto:
· Las páginas personales online no son el lugar apropiado para discutir temas internos de la redacción tales como fuentes, investigaciones, decisiones sobre publicar o no (…)
Estas son, glosadas, algunas de las normas que el Washington Post (WP) estableció para el uso de redes sociales: muestran hasta qué punto las redes sociales y el periodismo en Internet están poniendo en crisis al periodismo tradicional.
Se trata del diario que expuso el Watergate una página imborrable en la historia del periodismo. Pero no ha soportado la prueba del tiempo:
· se siente con derecho a opinar sobre la vida personal de sus periodistas en Internet y les da por por renunciado el derecho (privilegio, dice) de sostener en Internet opiniones distintas u opuestas a las que sostienen en el diario, derecho que, reconoce, tienen todos los ciudadanos “particulares“;
· opina que existe la objetividad, que hay noticias sin opinión.
· entiende que cualquier exposición de los procesos periodísticos internos es nociva para el diario.
Las normas del WP son un intento de enfrentar las nuevas realidades con las ideas del pasado. Hasta hace poco los diarios tenían el “monopolio“ de la mediación periodística. La mayoría de los periodistas tenían un solo lugar para dar a conocer su producción: el medio en que trabajaban. Y su voz era la voz “oficial“ de ese diario. Si trabajaban en otro diario, eso no cambiaba las reglas.
Internet les arranca a los grandes diarios como el Washington Post (y cualquiera de los locales) esa facultad. Hoy cualquiera puede mediarse: en su blog, en foros y también, justamente, en las redes sociales. O sea, un periodista como cualquier otro humano, puede contar anécdotas personales o ajenas, hacer chistes, enojarse, dar opiniones… y publicarlas. Por primera vez en la historia esto se hace a escala global, es fácil, baratísimo y rápido.
Se ha operado un cambio radical de lo privado y lo público. Desde luego que los periodistas siempre tuvimos una vida externa a nuestros trabajos: opinábamos en mesas de café entre amigos. Hoy esa vida “extraoficial“ cuenta –gracias a las redes sociales, los blogs, etc - con las mismas posibilidades de publicación que nuestro trabajo “oficial“. Eso cambia la naturaleza de nuestra relación con los medios masivos tradicionales donde siempre ha prevalecido la voz de la institución.
Lo novedoso es que la producción de un periodista fuera de su diario puede poner en duda la coherencia o la “imparcialidad“ del discurso editorial de la empresa. Las normas del WP salieron luego de que un editor importante hiciera un chiste en Twitter sobre las dificultades de Obama para reformar el sistema de salud.
He consultado a Perfil, Clarín y La Nación. Ninguno de ellos tiene normas de esta naturaleza.
Las normas del WP contienen puntos razonables pero no tengo espacio acá para desarrollarlas. Prefiero concentrarme en otros agujeros negros del WP. Uno: la idea de que existe la objetividad y que esa objetividad le pertenece periodismo. Dos: la idea de que revelar los procesos internos periodísticos es malo para el diario.
Para mí, la primera es una ilusión; Eliseo Verón nos abrió los ojos en los ’80. La segunda es pura ignorancia y miedo miope a perder el control. Si no podemos ser objetivos seamos transparentes. Hoy pocos creen en la objetividad y menos aún en la objetividad del periodismo (quizás ese fue el único mérito de la guerra por la Ley de Medios). Los periodistas podemos construir credibilidad mostrando las fuentes que usamos, cómo constatamos su veracidad, en qué se benefician nuestras fuentes anónimas con sus confidencias; revelemos, sobre todo, nuestros intereses. Mostremos el proceso de nuestra toma de decisiones. Seamos transparentes para que se pueda evaluar nuestro esfuerzo por ser justos y ecuánimes, nuestra coherencia y nuestra integridad.
Esto debería una política de las instituciones. Las que se resistan a hacerlo van a quedar atrás y agonizando. ¿Recuerdan que las filtraciones en Internet de algunos periodistas del New York Times expusieron hace pocos años las fabricaciones de un periodista estrella y forzaron finalmente la renuncia de un jefe de redacción que lo protegía? Los reglamentos del WP no van a impedir algo así. Sencillamente porque hoy eso es posible.
Es difícil la transparencia; significa ceder poder. ¿Es ingenuo? Va ser imprescindible.
jueves, 27 de agosto de 2009
sábado, 25 de julio de 2009
viernes, 26 de junio de 2009
Cuando duerme Amaro
Los días se han vuelto ocupados. Pero en el mejor sentido de la palabra. Es que las habituales inmersiones de lectura y cualquier otro tiempo de ocio están hoy atravesados desde todos los ángulos por Amaro. Entonces, los tiempos para los libros han quedado reducidos a minutos generalmente colonizados de sueño y cansancio.
Aquí va lo leído en los últimos dos meses cuando Amaro duerme o secuestra a Verónica hasta el infinito. Será un listado plagado de subjetividades y sin demasiados detalles. Ya saben, no hay mucho tiempo.
Lo que más me gustó
La conspiración de los 14, de Esteban Llamosas. Fantástico, como todo lo que alumbra la dupla de detective Lespada y su ayudante Cherkavsky. Además, fue un regalo de mi amigo Adrián "loquillo" Simioni.
El vuelo de la ceniza, del peruano Alonso Cueto. Atrapante novela policial sobre los crímenes del doctor Boris Gelman. Me gustó la manera en la que está escrito. Lo compré en Wal Mart (¡auch!).
Tokio’s Blues, uno más del japonés Haruki Murakami. Dicen que este es el más famoso de su obra. Muy bueno. Hizo pareja en la compra arriba mencionada.
Historias insólitas de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Por lejos, uno de mis preferidos.
Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís, cuando el hombre de los bigotes de Pellegrini era "la" promesa de las letras argentinas. Ya con el título se lleva mis aplausos. Es una obra que tiene más de 20 años y hacía mucho que quería leerla. Estoy en las últimas páginas.
La sorpresa (agradable)
El país de los chajás, de un cura que se llama Martín del Pospos. Me lo prestó mi amigo Carlos “agua hirviendo” Petroli. Ma-ra-vi-llo-so. Me hizo pensar en que si hubiera nacido un siglo atrás, me habría gustado ser arriero en las islas del Paraná.
La sorpresa (no tan agradable)
Corazones desatados, de Jorge Fernández Díaz. Imagino que mis expectativas eran desmesuradas. Es que Fernández Díaz es un periodista de letras mayúsculas con giros literarios muy agradables. Pero en este caso, me dejó insatisfecho. Por suerte, el libro va de menor y mayor y eso ayuda cuando se te caen los laureles.
En plena digestión
Hijos sin dios, del filósofo Alejandro Rozitchner y Ximena Ianantouni (marido y mujer). Uff… te hace pensar. Y mucho. Eso está bueno.
Relectura
Pensar sin Estado, de Ignacio Lewkowicz. Es un muy buen ensayo sobre la subjetividad en la era de la fluidez a partir de la caída del Estado como articulador simbólico de la vida social. En el capítulo 11 hay una referencia a la película Kaos que te arruga el alma. Es la parte en la que el protagonista vuelve a la casa de su madre porque ésta ha muerto. Está comiendo sólo y la difunta se aparece para pedirle al hijo que no esté triste, porque al fin y al cabo no se veían muy seguido, por lo que seguramente la iba a extrañar con la misma intensidad que la extrañaba en vida. Pero el hijo le responde que no llora por eso: “Lloro porque ya no estarás aquí para pensarme”. Dicho de otro modo: “Lloro porque ya no habrá nadie que me piense como vos me pensabas”. Lo escribo y me obliga a respirar hondo. Y lo más impresionante es que Lewkowicz trajo a colocación semejante escena para hacernos reflexionar que estamos desorientados porque ya no hay Estado que nos piense como nos pensaba antes. Excelente.
En cuentagotas
Romances turbulentos de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Me gusta saborearlo de a poco, romance por romance, relación por relación.
Historias inesperadas de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Lo tengo hace poco, pero lo que he leído es atrapante. También lo agarro en forma intermitente para estirarlo.
Aquí va lo leído en los últimos dos meses cuando Amaro duerme o secuestra a Verónica hasta el infinito. Será un listado plagado de subjetividades y sin demasiados detalles. Ya saben, no hay mucho tiempo.
Lo que más me gustó
La conspiración de los 14, de Esteban Llamosas. Fantástico, como todo lo que alumbra la dupla de detective Lespada y su ayudante Cherkavsky. Además, fue un regalo de mi amigo Adrián "loquillo" Simioni.
El vuelo de la ceniza, del peruano Alonso Cueto. Atrapante novela policial sobre los crímenes del doctor Boris Gelman. Me gustó la manera en la que está escrito. Lo compré en Wal Mart (¡auch!).
Tokio’s Blues, uno más del japonés Haruki Murakami. Dicen que este es el más famoso de su obra. Muy bueno. Hizo pareja en la compra arriba mencionada.
Historias insólitas de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Por lejos, uno de mis preferidos.
Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís, cuando el hombre de los bigotes de Pellegrini era "la" promesa de las letras argentinas. Ya con el título se lleva mis aplausos. Es una obra que tiene más de 20 años y hacía mucho que quería leerla. Estoy en las últimas páginas.
La sorpresa (agradable)
El país de los chajás, de un cura que se llama Martín del Pospos. Me lo prestó mi amigo Carlos “agua hirviendo” Petroli. Ma-ra-vi-llo-so. Me hizo pensar en que si hubiera nacido un siglo atrás, me habría gustado ser arriero en las islas del Paraná.
La sorpresa (no tan agradable)
Corazones desatados, de Jorge Fernández Díaz. Imagino que mis expectativas eran desmesuradas. Es que Fernández Díaz es un periodista de letras mayúsculas con giros literarios muy agradables. Pero en este caso, me dejó insatisfecho. Por suerte, el libro va de menor y mayor y eso ayuda cuando se te caen los laureles.
En plena digestión
Hijos sin dios, del filósofo Alejandro Rozitchner y Ximena Ianantouni (marido y mujer). Uff… te hace pensar. Y mucho. Eso está bueno.
Relectura
Pensar sin Estado, de Ignacio Lewkowicz. Es un muy buen ensayo sobre la subjetividad en la era de la fluidez a partir de la caída del Estado como articulador simbólico de la vida social. En el capítulo 11 hay una referencia a la película Kaos que te arruga el alma. Es la parte en la que el protagonista vuelve a la casa de su madre porque ésta ha muerto. Está comiendo sólo y la difunta se aparece para pedirle al hijo que no esté triste, porque al fin y al cabo no se veían muy seguido, por lo que seguramente la iba a extrañar con la misma intensidad que la extrañaba en vida. Pero el hijo le responde que no llora por eso: “Lloro porque ya no estarás aquí para pensarme”. Dicho de otro modo: “Lloro porque ya no habrá nadie que me piense como vos me pensabas”. Lo escribo y me obliga a respirar hondo. Y lo más impresionante es que Lewkowicz trajo a colocación semejante escena para hacernos reflexionar que estamos desorientados porque ya no hay Estado que nos piense como nos pensaba antes. Excelente.
En cuentagotas
Romances turbulentos de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Me gusta saborearlo de a poco, romance por romance, relación por relación.
Historias inesperadas de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Lo tengo hace poco, pero lo que he leído es atrapante. También lo agarro en forma intermitente para estirarlo.
El país de las antinomias, de Pablo Mendelevich. Una buena idea de un gran periodista. También lo voy completando de a tramos.
viernes, 24 de abril de 2009
Kirchner bajo fuego
La semana pasada terminé de leer Rosas bajo fuego, una interesante investigación de Jorge Gelman que, con un estilo ameno, desgrana los mecanismos de la construcción de poder de Juan Manuel de Rosas, en especial durante la rebelión de los estancieros y el bloqueo francés.
Me fue inevitable comparar muchos de los hechos descriptos y relatados con el kirchnerismo. A continuación, 10 datos de sorprendente analogía, salvando, claro, las diferencias temporales y algunas características particulares.
1) Rosas, como los Kirchner, debió hacer frente a una rebelión de productores agropecuarios. En el caso de Rosas, eran en su mayoría estancieros con grandes extensiones de tierra y una enorme cantidad de ganado. Los terratenientes (por aquellos años, el término era adecuado) contaron con el apoyo de sus peones y de los comerciantes de sus pueblos, que veían como caían en desgracia por un parate en la actividad.
2) Una de las curiosidades es que el grupo que lideró la revuelta se llamaba Libres del Sur. Qué dirá Cecilia Merchán del antecedente histórico del nombre de la agrupación que ella integra, absolutamente opuesta a los intereses agropecuarios.
3) Resulta que los Libres del Sur, llamados así porque estaban asentados en campos al sur de Buenos Aires, empezaron a conspirar contra Rosas, a quien primero habían apoyado pero luego buscaron derribarlo. En esta época (1838-1840) no se andaban con medias tintas. Directamente armaban grupos sediciosos que intentaban reemplazar a los representantes de Rosas (jueces de paz) en cada localidad. Y para ello se armaban.
4) Uno de los ejes de la queja era, vaya relación, los impuestos que aplicaba Rosas al sector y el enfrentamiento que éste sostenía con los franceses, quienes habían bloqueado la salida de las exportaciones argentinas. En otras palabras, los ganaderos no podían vender sus carnes y cueros y se los fajaba con la enfiteusis, que había sido aplicada por Rivadavia y que Rosas, en un primer momento (después de la campaña para conquistar tierras en manos de los aborígenes), había reducido su impacto al vender varias de las tierras fiscales.
La enfiteusis es un derecho real que supone la cesión del dominio de un inmueble (los campos, en este caso) a cambio de un canon. Rosas duplicó ese canon (alquiler) en 1838 por sus problemas de caja ante el bloqueo francés. También aprovechó la volteada para “castigar” a los rebeldes y aplicó nuevos tributos, como la denominada Contribución Directa, una especie de impuesto a los bienes personales.
5) Dijimos que en la revuelta de los Libres del Sur estaban grandes hacendados, lo más granado de la sociedad, con apellidos que llegan hasta hoy, como los Miguens, entre otros. Los apoyaban los unitarios, los comerciantes, poblaciones del interior y los extranjeros. Se hacían llamar “gente decente” y quienes no pertenecían a esas clases sociales los identificaban como “cajetillas”. Rosas, que antes tenía el respaldo de esos sectores, debió buscar sostén en las poblaciones más humildes, indios amigos y no tan amigos y, particularmente, en lo que hoy es el conurbano bonaerense.
6) Los hacendados consideraban que la política de Rosas, a quien acusaban de tirano, caudillo populista y asesino, no les otorgaba la respetabilidad y centralidad que creían merecer. Se quejaban de su política de confrontación, de su faccionalismo extremo y de haberlos convertido en enemigos y aliados de la oposición unitaria.
7) Junto con el malestar por la presión impositiva circulaban versiones sobre el mal uso que Rosas hacía de los dineros públicos, en beneficio de sus aliados o para provecho propio. Al final, muchos pensaban que Rosas era un unitario con maquillaje federal. Y en varias provincias avalaban esa hipótesis, pero la organización institucional del país era frágil e incipiente.
8) Rosas y sus aliados lograron sofocar los focos rebeldes, pero en el aire quedó flotando un fuerte olor conspirador, que hacía ya tiempo había penetrado la nariz de Juan Lavalle, quien desde Entre Ríos empezó a organizar una invasión a Buenos Aires. La movida, ahora, venía desde el interior.
9) Las crónicas aseguran que, a su paso, Lavalle fue recogiendo miles de adhesiones de gente del interior, que le facilitaba hombres y caballos para seguir su marcha hacia el núcleo rosista. Lavalle, además, esperaba que los franceses y algunos uruguayos se sumaran con apoyo logístico y material, algo que finalmente no ocurrió.
10) Pero todo acabó en las poblaciones cercanas al puerto porteño. La algarabía que había acompañado la travesía de Lavalle fue una ilusión hecha añicos en el conurbano bonaerense. Lavalle creía que los pobladores estaban oprimidos por una tiranía y que apenas lo vieran llegar, se animarían a rebelarse. O los informantes de Lavalle eran ciegos y sordos o Lavalle le pifió con su hipótesis. Como sea, a medida que avanzaba hacia Buenos Aires encontró indiferencia y hasta hostilidad. Tuvo que pegar la vuelta.
Lo que siguió después, se imaginan, fue una cruda venganza de Rosas, quien expropió campos y animales de los sediciosos, mandó a fusilar a varios de los cabecillas y sometió a la élite agroganadera. Por estos días, a esta parte de la historia no la vimos y vaya a saber si la veremos, aunque los Kirchner hace rato que le tiran con lo que tengan a mano a los productores rurales (y viceversa). En realidad, lo que ahora queda picando es que, casi 170 años después, los Kirchner, como Rosas, apuestan al conurbano bonaerense para salvar la ropa. El 28 de junio sabremos si nuestros días clonan el fenómeno rosista o tejen su propio rumbo.
Me fue inevitable comparar muchos de los hechos descriptos y relatados con el kirchnerismo. A continuación, 10 datos de sorprendente analogía, salvando, claro, las diferencias temporales y algunas características particulares.
1) Rosas, como los Kirchner, debió hacer frente a una rebelión de productores agropecuarios. En el caso de Rosas, eran en su mayoría estancieros con grandes extensiones de tierra y una enorme cantidad de ganado. Los terratenientes (por aquellos años, el término era adecuado) contaron con el apoyo de sus peones y de los comerciantes de sus pueblos, que veían como caían en desgracia por un parate en la actividad.
2) Una de las curiosidades es que el grupo que lideró la revuelta se llamaba Libres del Sur. Qué dirá Cecilia Merchán del antecedente histórico del nombre de la agrupación que ella integra, absolutamente opuesta a los intereses agropecuarios.
3) Resulta que los Libres del Sur, llamados así porque estaban asentados en campos al sur de Buenos Aires, empezaron a conspirar contra Rosas, a quien primero habían apoyado pero luego buscaron derribarlo. En esta época (1838-1840) no se andaban con medias tintas. Directamente armaban grupos sediciosos que intentaban reemplazar a los representantes de Rosas (jueces de paz) en cada localidad. Y para ello se armaban.
4) Uno de los ejes de la queja era, vaya relación, los impuestos que aplicaba Rosas al sector y el enfrentamiento que éste sostenía con los franceses, quienes habían bloqueado la salida de las exportaciones argentinas. En otras palabras, los ganaderos no podían vender sus carnes y cueros y se los fajaba con la enfiteusis, que había sido aplicada por Rivadavia y que Rosas, en un primer momento (después de la campaña para conquistar tierras en manos de los aborígenes), había reducido su impacto al vender varias de las tierras fiscales.
La enfiteusis es un derecho real que supone la cesión del dominio de un inmueble (los campos, en este caso) a cambio de un canon. Rosas duplicó ese canon (alquiler) en 1838 por sus problemas de caja ante el bloqueo francés. También aprovechó la volteada para “castigar” a los rebeldes y aplicó nuevos tributos, como la denominada Contribución Directa, una especie de impuesto a los bienes personales.
5) Dijimos que en la revuelta de los Libres del Sur estaban grandes hacendados, lo más granado de la sociedad, con apellidos que llegan hasta hoy, como los Miguens, entre otros. Los apoyaban los unitarios, los comerciantes, poblaciones del interior y los extranjeros. Se hacían llamar “gente decente” y quienes no pertenecían a esas clases sociales los identificaban como “cajetillas”. Rosas, que antes tenía el respaldo de esos sectores, debió buscar sostén en las poblaciones más humildes, indios amigos y no tan amigos y, particularmente, en lo que hoy es el conurbano bonaerense.
6) Los hacendados consideraban que la política de Rosas, a quien acusaban de tirano, caudillo populista y asesino, no les otorgaba la respetabilidad y centralidad que creían merecer. Se quejaban de su política de confrontación, de su faccionalismo extremo y de haberlos convertido en enemigos y aliados de la oposición unitaria.
7) Junto con el malestar por la presión impositiva circulaban versiones sobre el mal uso que Rosas hacía de los dineros públicos, en beneficio de sus aliados o para provecho propio. Al final, muchos pensaban que Rosas era un unitario con maquillaje federal. Y en varias provincias avalaban esa hipótesis, pero la organización institucional del país era frágil e incipiente.
8) Rosas y sus aliados lograron sofocar los focos rebeldes, pero en el aire quedó flotando un fuerte olor conspirador, que hacía ya tiempo había penetrado la nariz de Juan Lavalle, quien desde Entre Ríos empezó a organizar una invasión a Buenos Aires. La movida, ahora, venía desde el interior.
9) Las crónicas aseguran que, a su paso, Lavalle fue recogiendo miles de adhesiones de gente del interior, que le facilitaba hombres y caballos para seguir su marcha hacia el núcleo rosista. Lavalle, además, esperaba que los franceses y algunos uruguayos se sumaran con apoyo logístico y material, algo que finalmente no ocurrió.
10) Pero todo acabó en las poblaciones cercanas al puerto porteño. La algarabía que había acompañado la travesía de Lavalle fue una ilusión hecha añicos en el conurbano bonaerense. Lavalle creía que los pobladores estaban oprimidos por una tiranía y que apenas lo vieran llegar, se animarían a rebelarse. O los informantes de Lavalle eran ciegos y sordos o Lavalle le pifió con su hipótesis. Como sea, a medida que avanzaba hacia Buenos Aires encontró indiferencia y hasta hostilidad. Tuvo que pegar la vuelta.
Lo que siguió después, se imaginan, fue una cruda venganza de Rosas, quien expropió campos y animales de los sediciosos, mandó a fusilar a varios de los cabecillas y sometió a la élite agroganadera. Por estos días, a esta parte de la historia no la vimos y vaya a saber si la veremos, aunque los Kirchner hace rato que le tiran con lo que tengan a mano a los productores rurales (y viceversa). En realidad, lo que ahora queda picando es que, casi 170 años después, los Kirchner, como Rosas, apuestan al conurbano bonaerense para salvar la ropa. El 28 de junio sabremos si nuestros días clonan el fenómeno rosista o tejen su propio rumbo.
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