La semana pasada terminé de leer Rosas bajo fuego, una interesante investigación de Jorge Gelman que, con un estilo ameno, desgrana los mecanismos de la construcción de poder de Juan Manuel de Rosas, en especial durante la rebelión de los estancieros y el bloqueo francés.
Me fue inevitable comparar muchos de los hechos descriptos y relatados con el kirchnerismo. A continuación, 10 datos de sorprendente analogía, salvando, claro, las diferencias temporales y algunas características particulares.
1) Rosas, como los Kirchner, debió hacer frente a una rebelión de productores agropecuarios. En el caso de Rosas, eran en su mayoría estancieros con grandes extensiones de tierra y una enorme cantidad de ganado. Los terratenientes (por aquellos años, el término era adecuado) contaron con el apoyo de sus peones y de los comerciantes de sus pueblos, que veían como caían en desgracia por un parate en la actividad.
2) Una de las curiosidades es que el grupo que lideró la revuelta se llamaba Libres del Sur. Qué dirá Cecilia Merchán del antecedente histórico del nombre de la agrupación que ella integra, absolutamente opuesta a los intereses agropecuarios.
3) Resulta que los Libres del Sur, llamados así porque estaban asentados en campos al sur de Buenos Aires, empezaron a conspirar contra Rosas, a quien primero habían apoyado pero luego buscaron derribarlo. En esta época (1838-1840) no se andaban con medias tintas. Directamente armaban grupos sediciosos que intentaban reemplazar a los representantes de Rosas (jueces de paz) en cada localidad. Y para ello se armaban.
4) Uno de los ejes de la queja era, vaya relación, los impuestos que aplicaba Rosas al sector y el enfrentamiento que éste sostenía con los franceses, quienes habían bloqueado la salida de las exportaciones argentinas. En otras palabras, los ganaderos no podían vender sus carnes y cueros y se los fajaba con la enfiteusis, que había sido aplicada por Rivadavia y que Rosas, en un primer momento (después de la campaña para conquistar tierras en manos de los aborígenes), había reducido su impacto al vender varias de las tierras fiscales.
La enfiteusis es un derecho real que supone la cesión del dominio de un inmueble (los campos, en este caso) a cambio de un canon. Rosas duplicó ese canon (alquiler) en 1838 por sus problemas de caja ante el bloqueo francés. También aprovechó la volteada para “castigar” a los rebeldes y aplicó nuevos tributos, como la denominada Contribución Directa, una especie de impuesto a los bienes personales.
5) Dijimos que en la revuelta de los Libres del Sur estaban grandes hacendados, lo más granado de la sociedad, con apellidos que llegan hasta hoy, como los Miguens, entre otros. Los apoyaban los unitarios, los comerciantes, poblaciones del interior y los extranjeros. Se hacían llamar “gente decente” y quienes no pertenecían a esas clases sociales los identificaban como “cajetillas”. Rosas, que antes tenía el respaldo de esos sectores, debió buscar sostén en las poblaciones más humildes, indios amigos y no tan amigos y, particularmente, en lo que hoy es el conurbano bonaerense.
6) Los hacendados consideraban que la política de Rosas, a quien acusaban de tirano, caudillo populista y asesino, no les otorgaba la respetabilidad y centralidad que creían merecer. Se quejaban de su política de confrontación, de su faccionalismo extremo y de haberlos convertido en enemigos y aliados de la oposición unitaria.
7) Junto con el malestar por la presión impositiva circulaban versiones sobre el mal uso que Rosas hacía de los dineros públicos, en beneficio de sus aliados o para provecho propio. Al final, muchos pensaban que Rosas era un unitario con maquillaje federal. Y en varias provincias avalaban esa hipótesis, pero la organización institucional del país era frágil e incipiente.
8) Rosas y sus aliados lograron sofocar los focos rebeldes, pero en el aire quedó flotando un fuerte olor conspirador, que hacía ya tiempo había penetrado la nariz de Juan Lavalle, quien desde Entre Ríos empezó a organizar una invasión a Buenos Aires. La movida, ahora, venía desde el interior.
9) Las crónicas aseguran que, a su paso, Lavalle fue recogiendo miles de adhesiones de gente del interior, que le facilitaba hombres y caballos para seguir su marcha hacia el núcleo rosista. Lavalle, además, esperaba que los franceses y algunos uruguayos se sumaran con apoyo logístico y material, algo que finalmente no ocurrió.
10) Pero todo acabó en las poblaciones cercanas al puerto porteño. La algarabía que había acompañado la travesía de Lavalle fue una ilusión hecha añicos en el conurbano bonaerense. Lavalle creía que los pobladores estaban oprimidos por una tiranía y que apenas lo vieran llegar, se animarían a rebelarse. O los informantes de Lavalle eran ciegos y sordos o Lavalle le pifió con su hipótesis. Como sea, a medida que avanzaba hacia Buenos Aires encontró indiferencia y hasta hostilidad. Tuvo que pegar la vuelta.
Lo que siguió después, se imaginan, fue una cruda venganza de Rosas, quien expropió campos y animales de los sediciosos, mandó a fusilar a varios de los cabecillas y sometió a la élite agroganadera. Por estos días, a esta parte de la historia no la vimos y vaya a saber si la veremos, aunque los Kirchner hace rato que le tiran con lo que tengan a mano a los productores rurales (y viceversa). En realidad, lo que ahora queda picando es que, casi 170 años después, los Kirchner, como Rosas, apuestan al conurbano bonaerense para salvar la ropa. El 28 de junio sabremos si nuestros días clonan el fenómeno rosista o tejen su propio rumbo.
viernes, 24 de abril de 2009
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