viernes, 26 de junio de 2009

Cuando duerme Amaro

Los días se han vuelto ocupados. Pero en el mejor sentido de la palabra. Es que las habituales inmersiones de lectura y cualquier otro tiempo de ocio están hoy atravesados desde todos los ángulos por Amaro. Entonces, los tiempos para los libros han quedado reducidos a minutos generalmente colonizados de sueño y cansancio.
Aquí va lo leído en los últimos dos meses cuando Amaro duerme o secuestra a Verónica hasta el infinito. Será un listado plagado de subjetividades y sin demasiados detalles. Ya saben, no hay mucho tiempo.

Lo que más me gustó
La conspiración de los 14, de Esteban Llamosas. Fantástico, como todo lo que alumbra la dupla de detective Lespada y su ayudante Cherkavsky. Además, fue un regalo de mi amigo Adrián "loquillo" Simioni.
El vuelo de la ceniza, del peruano Alonso Cueto. Atrapante novela policial sobre los crímenes del doctor Boris Gelman. Me gustó la manera en la que está escrito. Lo compré en Wal Mart (¡auch!).
Tokio’s Blues, uno más del japonés Haruki Murakami. Dicen que este es el más famoso de su obra. Muy bueno. Hizo pareja en la compra arriba mencionada.
Historias insólitas de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Por lejos, uno de mis preferidos.
Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís, cuando el hombre de los bigotes de Pellegrini era "la" promesa de las letras argentinas. Ya con el título se lleva mis aplausos. Es una obra que tiene más de 20 años y hacía mucho que quería leerla. Estoy en las últimas páginas.

La sorpresa (agradable)
El país de los chajás, de un cura que se llama Martín del Pospos. Me lo prestó mi amigo Carlos “agua hirviendo” Petroli. Ma-ra-vi-llo-so. Me hizo pensar en que si hubiera nacido un siglo atrás, me habría gustado ser arriero en las islas del Paraná.

La sorpresa (no tan agradable)
Corazones desatados, de Jorge Fernández Díaz. Imagino que mis expectativas eran desmesuradas. Es que Fernández Díaz es un periodista de letras mayúsculas con giros literarios muy agradables. Pero en este caso, me dejó insatisfecho. Por suerte, el libro va de menor y mayor y eso ayuda cuando se te caen los laureles.

En plena digestión
Hijos sin dios, del filósofo Alejandro Rozitchner y Ximena Ianantouni (marido y mujer). Uff… te hace pensar. Y mucho. Eso está bueno.

Relectura
Pensar sin Estado, de Ignacio Lewkowicz. Es un muy buen ensayo sobre la subjetividad en la era de la fluidez a partir de la caída del Estado como articulador simbólico de la vida social. En el capítulo 11 hay una referencia a la película Kaos que te arruga el alma. Es la parte en la que el protagonista vuelve a la casa de su madre porque ésta ha muerto. Está comiendo sólo y la difunta se aparece para pedirle al hijo que no esté triste, porque al fin y al cabo no se veían muy seguido, por lo que seguramente la iba a extrañar con la misma intensidad que la extrañaba en vida. Pero el hijo le responde que no llora por eso: “Lloro porque ya no estarás aquí para pensarme”. Dicho de otro modo: “Lloro porque ya no habrá nadie que me piense como vos me pensabas”. Lo escribo y me obliga a respirar hondo. Y lo más impresionante es que Lewkowicz trajo a colocación semejante escena para hacernos reflexionar que estamos desorientados porque ya no hay Estado que nos piense como nos pensaba antes. Excelente.

En cuentagotas
Romances turbulentos de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Me gusta saborearlo de a poco, romance por romance, relación por relación.
Historias inesperadas de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Lo tengo hace poco, pero lo que he leído es atrapante. También lo agarro en forma intermitente para estirarlo.
El país de las antinomias, de Pablo Mendelevich. Una buena idea de un gran periodista. También lo voy completando de a tramos.

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